La palabra crea. La palabra es mágica… y tú puede hacer magia blanca o magia negra.
La palabra puede ser poesía y armonía…o puede ser un caballo desbocado…
La palabra puede crear, o puede destruir. Puede ser ungüento sanador, o veneno devastador.
Una vez sale de tu boca…no tiene camino de regreso. Sale para no volver.
Ese es realmente su poder…ahí radica; en que no puede ser borrada.
La palabra es tu don divino de creación. Crea tu realidad a cada momento.
Cada palabra en tu comunicación con tu pareja…está creando tu relación de pareja.
Si en la comunicación con tu pareja, utilizas la palabra para juzgar, culpar, reprochar…estarás sembrando la semilla de la destrucción de tu relación y de ti mismo…porque todo lo que haces contra otros, te lo haces a ti. Todo lo que sale de ti, revierte hacia ti.
Te puedo asegurar que en mis relaciones de pareja, siempre que sembré viento, recogí tempestad…y he tenido que pedir perdón y perdonarme miles de veces. Antes me culpaba y “flagelaba” por ello, y en algunas ocasiones viví auténticos dramas; ahora he cambiado la culpa por responsabilidad, y cuando meto la pata, lo acepto con humildad, pido perdón y me perdono, pero… ¡ya no me castigo! Porque he aceptado que soy humana, y que de esto va el juego de la vida…de aprender y crecer, no de sufrir y hacer drama.
No se trata de que reprimas tu expresión, sino que seas consciente de su poder y de tu poder al usarla…y desde ahí puedas usar tu libre albedrío.
Recuerda que cuando metemos la pata, son poderosas también las palabras de perdón. Y que la palabra más poderosa para crear magia blanca en tu relación de pareja es GRACIAS. ¿Hace cuánto que no le das las gracias a tu pareja?
¿Qué deseas crear? ¿Qué quieres conseguir con tu comunicación verbal? ¿Qué magia deseas usar en tu vida y en tu relación?
Antes de hablar…hazte consciente de lo que vas a decir y cómo lo vas a decir. Eres el creador; elige tu creación.
No crees inconscientemente crea inteligentemente.
“… Había una vez una mujer inteligente y de gran corazón. Esta mujer tenía una hija a la que adoraba. Una noche llegó a casa después de un duro día de trabajo, muy cansada, tensa y con un terrible dolor de cabeza. Quería paz y tranquilidad, pero su hija saltaba y cantaba alegremente. No era consciente de cómo se sentía su madre; estaba en su propio mundo, en su propio sueño. Se sentía de maravilla y saltaba y cantaba cada vez más fuerte, expresando su alegría y su amor. Cantaba tan fuerte que el dolor de cabeza de su madre aún empeoró más, hasta que, en un momento determinado, la madre perdió el control. Miró muy enfadada a su preciosa hija y le dijo: “¡Cállate! Tienes una voz horrible. ¿Es que no puedes estar callada”?.
Lo cierto es que, en ese momento, la tolerancia de la madre frente a cualquier ruido era inexistente; no era que la voz de su hija fuera horrible. Pero la hija creyó lo que le dijo su madre y llegó a un acuerdo con ella misma. Después de esto ya no cantó más, porque creía que su voz era horrible y que molestaría a cualquier persona que la oyera. En la escuela se volvió tímida, y si le pedían que cantase, se negaba a hacerlo. Incluso hablar con los demás se convirtió en algo difícil. El nuevo acuerdo hizo que todo cambiase para esa niña: creyó que debía reprimir sus emociones para que la aceptasen y la amasen.
Siempre que escuchamos una opinión y la creemos, llegamos a un acuerdo que pasa a formar parte de nuestro sistema de creencias. La niña creció, y aunque tenía una bonita voz, nunca volvió a cantar. Desarrolló un gran complejo a causa de un hechizo, un hechizo lanzado por la persona que más la quería: su propia madre, que no se dio cuenta de lo que había hecho con sus palabras. No se dio cuenta de que había utilizado magia negra y había hechizado a su hija. Desconocía el poder de sus palabras, y por consiguiente no se la puede culpar. Hizo lo que su propia madre, su padre y otras personas habían hecho con ella de muchas maneras diferentes: utilizar mal sus palabras.” Estraído de los 4 acuerdos, del Dr. Miguel Ruiz.
…Había una vez un grupo de ranas que paseaba por el bosque.
De repente, dos de ellas cayeron a un hoyo muy profundo del que era muy complicado salir. Las dos ranitas empezaron a saltar con todas sus fuerzas, mientras las otras les gritaban desde arriba:
¡Dejadlo ya!, es imposible que salgáis, es mejor que aceptéis que vais a morir.
Las dos ranitas, seguían saltando con todas sus fuerzas intentando alcanzar el agujero. Inesperadamente, una se paró a escuchar lo que decían sus compañeras, y al oírlo se dio por vencida, se tiró en el suelo y murió.
Sin embargo la otra ranita no paraba de intentarlo, saltando y saltando con todas sus fuerzas, mientras el resto le seguía gritando que se rindiera.
Al cabo de un rato, cogió impulso, y de un salto salió al exterior.
Las ranas la rodearon y la felicitaron por no haberse rendido, pese a que ellas le gritaban que se rindiese y lo dejase.
La ranita explicó que era sorda y que pensaba que la estaban animando para que saltase y saliese.
Esta fábula oriental ilustra de forma preciosa el poder de vida o muerte, de creación o destrucción de la palabra.
Ahora…tú decides si quieres hacer magia blanca o magia negra en tu vida y en tu relación.
omar dice
en ambos ejemplos nos demuestran que somos dueños de nuestro silencio y esclavos de nuestras palabras.-
saber usar en forma positiva y no llenar espacios con tantas palabras vacías que no construyenn – una máxima del General Jose de San Martin fue – habla poco y lo preciso.-
gracias por la nota es muy ejemplar y ayuda a la reflexión
Salomé Gonzalo dice
Gracias por tus palabras Omar.
Un abrazo
Araceli Jaso dice
Excelentes tus mails semanales!!! Gracias por tus enseñanzas.
Salomé Gonzalo dice
Gracias Araceli!!
Un abrazo