Muchas personas, al estar en pareja, convertimos al otro en el centro de nuestra vida. Es más frecuente en las mujeres, pero no exclusivo. Esta situación es fuente de mucho sufrimiento, dependencia e inestabilidad emocional.
Cuando convierto a mi pareja en el centro de mi vida, le estoy dando mi poder sobre mi valía emocional. Es decir, mi valía y mi estabilidad, dependerá de la marcha de la relación. De cómo el otro me vea, de cómo me valore… de cómo vaya la relación. Esto hace que nos volvamos altamente dependientes y muy vulnerables; corriendo el riesgo incluso de matarla por asfixia, (como cuando ahogamos una planta de tanto regarla).
Esta dependencia da lugar a mucho sufrimiento y conflicto, relaciones de poder y de amor/odio.
Cuando nos sentimos vulnerables y desprotegidos, la tendencia natural es atacar y defendernos. Perdemos la perspectiva en la relación y nos desempoderarnos totalmente, porque vivimos centrados y dependientes de las reacciones, estados emocionales y circunstancias de la pareja. Todo se percibe como una amenaza.
Desde este centro, desatenderemos nuestras necesidades, al anteponer las de nuestra pareja; con la consiguiente frustración y resentimiento; porque en el fondo siempre queremos que nos paguen con la misma moneda.
Cuando la pareja es el centro de mi vida, las decisiones que tome y el enfoque de mi vida serán desde ese único marco de referencia.
Con todo esto, no quiero decir ni mucho menos que no tengamos que tener en cuenta a nuestra pareja en nuestra vida o en nuestras decisiones; ni estoy propugnando el individualismo; lejos de ello, creo que la pareja ha de ser una plataforma para la interdependencia y el compartir experiencias de vida. Pero un compartir donde cada uno tenga el centro en sí mismo y en sus valores, principios y credo personal; dónde ninguno de los miembros haga depender su valía o su estabilidad emocional del estado, criterios u opiniones del otro.
Para que podamos vivir relaciones sanas, libres de dependencias enfermizas y asfixiantes, tenemos que relacionarnos desde nuestro propio poder personal, desde nuestros valores y principios, nuestra sabiduría y autoestima; dónde las decisiones y acciones de cada uno estén guiadas por su brújula interior y su propia conciencia. Este estado exige madurez, responsabilidad propia…y mucho, mucho trabajo personal, que al fin de cuentas es la gran responsabilidad de nuestra vida.
Se trata de vivir dentro de la relación una experiencia de libertad interdependiente; si soy emocionalmente interdependiente, tengo dentro de mi mismo una gran sensación de valía, y a la vez reconozco mi necesidad de amor; de darlo y de recibirlo. Desde ahí puedo compartirme profundamente con otros. La interdependencia es una opción que sólo está al alcance de las personas independientes. Las personas dependientes no pueden optar, no son lo bastante dueñas de sí mismas ni tienen el carácter necesario para hacerlo.
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